miércoles, septiembre 20, 2006

Sobre la libertad

Se despertó gritando, otra vez. Había vuelto a tener ese sueño, otra vez. Se levanto de la cama, estaba chorreando, no se explicaba como se podía sudar tanto simplemente soñando. Su imagen reflejada en el espejo denotaba cansancio, grandes ojeras, palidez, ojos rojos... No podía continuar así o se volvería loca. De repente una fuerte ráfaga de viento abrió las ventanas de par en par, haciendo que la libreta que compró el día anterior, sin saber muy bien por qué, cayera sobre su escritorio abierta por la primera hoja.
Todo esto era muy raro. Durante su primer año de carrera le habían enseñado que existía el gran tapiz del destino y que este a veces se le revelaba a uno en sueños, pudiéndose leer a voluntad con el uso de algunos útiles. Estos últimos días había sentido la punzada del destino en la nuca, tal y como le dijo su profesor que ocurría con aquellos qué, sin pretenderlo, jugaban con el gran tapiz. Un ejemplo de esto fue la compra de la libreta; cuando paso por delante de la tienda sintió ese pinchazo tan característico y la enorme necesidad de comprarla. Y ahora aparecía hay ante ella, abierta de par en par, dispuesta a recibir sus pensamientos.

- Nada ocurre por casualidad- cogió la pluma y comenzó a escribir.

Ante mi se levantaba una gran ciudad, donde millones de fantasmas vivían en
supuesta armonía. Al alzar la vista vi el cielo de una oscuridad casi impenetrable, rota de vez en cuando por un frágil rayo de sol que conseguía rasgar los altísimos edificios. Éstos, más negros que la noche y adornados con horrorosas gárgolas copulando en obscenas poses, estaban coronados por horripilantes y odiados dioses. En sus miles de putrefactas manos sujetaban otras tantas cadenas hechas de distintos materiales.
Pero lo que parecía mas espeluznante eran las almas, que sobre los cuerpos de los dioses hinchados por la corrupción, luchaban por una cadena de diamantes con la que al parecer, y fijaos que digo al parecer, podían controlarlos. Mientras éstos sonreían malévolamente.
Pero increíblemente todo esto parecía hacer felices a las distintas almas. Pasaban la eternidad intentando que los funestos dioses les concedieran unas cadenas de mejores materiales, dando todo lo que tenían, que no era mucho, por ellas.
Entre las muchas cosas que presencié en este funesto mundo onírico, la más triste de todas fue el "nacimiento" de una de las almas. El alumbramiento se dio en medio de la calle, con miles de espíritus observando los dolores de la parturienta. Esta observación, a pesar de lo que pueda parecer, estaba exenta de toda emoción. Nadie se preocupaba por la futura madre, de hecho pocos de los presentes parecían conocerla o poseían algún rasgo que los delatara como familiares Hay que decir que era fácil distinguir los rasgos familiares pues cada alma tenia deformaciones y entre las familias solían haber deformaciones parecidas, así por ejemplo me encontré con toda una familia cuya deformidad consistía en poseer unas bocas en las que siempre se dibujaba una sonrisa que era capaz de helar el corazón, y que se mantenía a pesar de la emoción que sintiese en ese momento el alma.. Todos la miraban con fría indiferencia mientras sujetaban unas cadenas enganchadas por uno de sus extremos a su fría piel. Al mecerse con el viento emitían un escalofriante tintineo, que al mezclarse con los alaridos de la parturienta y los ruidos de la ciudad componían lo que parecía ser un réquiem, que me hizo sentir nauseas.
Entonces llegó el "bebé", una pequeña criatura gris y deforme incapaz de valerse por sí misma. Su cordón umbilical estaba compuesto por tres cadenas impregnadas de sangre. Dos de ellas, fabricadas con hierro, se dirigieron rápidamente con una fuerza desconocida hacia sus padres hincándose dolorosamente en su "piel". La tercera, en cambio, era de un material que no conozco y que parecía muy resistente, esta se clavo en el suelo hay que decir que yo ya había visto esta cadena anteriormente, de hecho la
poseían todas las almas con las que me tope, y mas adelante descubrí que ni siquiera los inmundos dioses estaban libres de ellas.. Tras el alumbramiento, una a una todas las almas presentes se acercaron al neonato e hincaron el extremo libre sus cadenas a la piel del bebé, y una a una provocaron un grito ensordecedor que se unía a la melodía ya existente. Observé entonces que los familiares eran los que ataban al niño con las mejores y mas resistentes cadenas, incluso llegando algunas a ser de hierro
como la de los padres.
Así toda alma por el simple hecho de nacer estaba encadenada a las demás, y a la tierra misma. Pero aún no estaba encadenada a los corruptos dioses al menos de manera directa. Esto no tardaba en cambiar pues los dioses les hablaban a los niños a través de los padres y de todos aquellos a los que los niños estuvieran encadenados.- En esta vida solamente existen las cadenas- les decían- son lo único que tienes cuando naces, y la única posesión que merece realmente la pena, sin las cadenas que te queda? Además no puedes escapar de ellas y lo sabes- y los niños cedían ante tal evidente verdad y se encadenaban al Dios que les era mas cercano, por estar
encadenado con más coencadenados. Y después luchaban como descosidos por conseguir cadenas todavía más resistentes.

Una vez hubo acabado con estas frases, Amelia se vio incapaz de continuar. Había plasmado una parte del sueño en papel pero lo que continuaba se le escapaba de momento. Se esfumaba como solían hacer los sueños cuando llega el despertar. Así que dejó la pluma sobre la mesa, cerro la libreta y salió hacia la universidad.
- Si mañana vuelvo a soñar, continuaré con el relato, y si el sueño continua se lo mostrare a David- Amelia cerró la puerta de su casa sintiéndose mucho mejor, y dejando atrás su funesto sueño, al menos por el momento.